El hijo del desierto by Antonio Cabanas

El hijo del desierto by Antonio Cabanas

autor:Antonio Cabanas
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Histórico
ISBN: 9788466642910
publicado: 2010-05-13T04:00:00+00:00


* * *

La guerra volvió a convertirse en el centro de atención de Sejemjet. Quizá porque de esta forma daba salida a toda su frustración, o porque su horror ya formaba parte de él. Cuando las tropas egipcias llegaron a Karkemish, enseguida asediaron la ciudad. El ejército mitannio había cruzado el Éufrates, y esperaba en el interior de las tierras orientales a las huestes del faraón. De nuevo el Horus Dorado hizo gala de sus grandes dotes de estratega y decidió que lo más conveniente sería cruzar el río por el sur, en vez de vadearlo en una zona tan poco protegida como era aquélla. Así fue como ordenó a todos sus ingenieros que ensamblaran los barcos que traían desmontados, y sus hombres demostraron una vez más el alto nivel de organización que tenía el ejército de Tutmosis. Asombrada ante aquel alarde desconocido por los tiempos, la guarnición de Karkemish no tardó en rendirse, apelando a la gracia del faraón. Éste se mostró piadoso con las almas de sus habitantes, aunque no renunciara al gran botín que guardaba la ciudad.

Cuando la flota estuvo lista, el dios embarcó a sus soldados y se dispuso a cruzar el Éufrates. El río se llenó de barcos con las insignias propias del país de Kemet, ofreciendo una estampa que nadie había visto jamás. Las aguas se abrían al paso de aquellas naves que parecían impulsadas por el soplo de sus más de dos mil dioses. Un hálito capaz de llevarlos a la otra orilla, y ante el que el ejército mitannio se quedó estupefacto. Desde el margen opuesto veían cómo los barcos del faraón avanzaban hacia ellos surcando las aguas plácidamente, confiados en sus propias fuerzas, pues se sentían invencibles. ¿Acaso no iba Amón al mando de la flota? ¿Acaso no era Set quien encabezaba las naves?

Cuando los mitannios salieron de su asombro, la vanguardia de la flota enemiga se encontraba próxima. Eran las enseñas de la división Set las que flameaban con la suave brisa, y desde los puestos más avanzados, sus enemigos podían distinguir ya los escudos con los chacales pintados de negro que tan bien conocían. Los hijos del dios de los muertos venían por ellos, y todos sintieron temor.

Fue entonces cuando decidieron recibirlos como se merecían, y a una orden el cielo se oscureció como por ensalmo. Miles de saetas volaron hacia la avanzadilla de la flota para barrer las cubiertas de las primeras naves. Se escucharon sonidos de trompetas y tambores, que ordenaban ponerse a cubierto, y todos se escondieron bajo sus escudos lo mejor que pudieron mientras apretaban los dientes y se encogían, rezando para no ser alcanzados. Mas la lluvia resultó devastadora, y muchas de las flechas atravesaron las tres planchas de madera que conformaban cada escudo para hacer blanco en los soldados. Se oyeron los primeros gritos de los heridos, y también los del terror que precede al desastre.

Sejemjet se protegía agazapado, en tanto era testigo de la masacre. Aquello pintaba mal, y a no ser que sus arqueros respondieran al ataque, no llegaría nadie vivo a la otra orilla.



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